Facultad de Filosofía y Letras
Facultad de Filosofía y Letras
Instituto de Investigaciones Filosóficas

  Año 2009

  Proyecto:  El idioma de los argentinos. Un debate sobre la nación.


Investigadores

Resumen

González, Alejandra Adela
Díaz, Marcela Victoria
Pugliarello, Tamara
Serratore, Constanza
Santander, Mariana Lucía

La interrogación que guió  este trabajo  fue  cómo se produce la determinación de un idioma como propio, en particular el idioma de los argentinos, llamado a veces castellano, otras español, otras rioplatense. La hipótesis conjetural que nos acompañó durante el proceso es que la definición de un idioma como propio se asocia al relato sobre los orígenes  de la nación, y ese encuentro se produce en el largo proceso de la fundación del Estado. De ahí que sea necesario estudiar  las contaminaciones lingüísticas,  las construcciones de las fronteras geográficas, la lenta redacción de las constituciones que en tanto batalla política  se liga a  la formación de la ciudadanía. El orden simbólico de la cultura se articula así con el espacio geográfico del territorio  y con las normas que delimitan el exterior / interior de las lenguas, del organismo social, del cuerpo político. Las polémicas se organizaron en torno a la delimitación de un idioma al que se le exigió, en distintas etapas históricas, que fuera expresión de la racionalidad francesa, rechazo del atraso español, lengua de la independencia, reflejo de los orígenes, símbolo de la unidad, caligrafía del Estado. Durante el primer año de la investigación se discutió la delimitación de un corpus y se buscaron las fuentes. En el  segundo año, se completaron las fuentes que aquí se presentan. El material, en muchos casos de Archivo, fue examinado en Bibliotecas del Maestro, Nacional, Museo Sarmiento, Colegio Nacional de Buenos Aires. Ese trabajo llevó todo el primer año y mitad del segundo. Cronológicamente podemos organizar los debates que hemos trabajado a partir del surgimiento de la primera generación romántica en Argentina, la generación del 37, cuyos miembros (Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento para mencionar solo a aquellos que hemos trabajado) comenzaron a pensar la nación en términos del principio de nacionalidad y abordaron la construcción de un origen. Desde esta concepción, la cuestión del idioma entra en la definición de la nación (como afirmaba el G. Mazzini: "Cada nación, un Estado y un Estado para cada nación", y a esa unidad nacional correspondía la unidad lingüística). Con la excepción de Echeverría (quien muere en 18151), estas figuras dominarán la vida cultural argentina hasta la década de 1880 y tendrán decidida influencia en el período de la organización nacional. A esta primera etapa, la más típicamente romántica, la de la oposición a Rosas, corresponde la polémica entre Alberdi y Echeverría que explicita el sentimiento antiespañol de la generación, expresado en el clamor por el autonomismo lingüístico, en el rechazo a las normas de la madre patria y en la necesidad de una emancipación de la lengua que acompañe la revolución social iniciada en Mayo. Los debates entre el exiliado Sarmiento y el venezolano Andrés Bello, que tuvieron lugar en Chile entre 1842-43, en las páginas del Mercurio, muestran distintas posturas sobre las reglas de la gramática y la ortografía. En ambos autores la cuestión de la lengua es una cuestión política y se asocia con el disciplinamiento de las multitudes que requiere el proceso civilizatorio. Es clara la impronta ilustrada de esta generación romántica argentina que facilitará su asimilación al positivismo.  Muchos de los tópicos de estos primeros debates se reiteran en otras condiciones de producción, las de la Argentina del 80: por un lado, los embates contra la Real Academia española de J. M. Gutiérrez en 1876, y por otro las polémicas en torno al criollismo que se prolongan hasta el bicentenario (Wilde, Cané, Estrada, Quesada, Abeille). La publicación del libro de Abeille renueva los debates sobre el idioma nacional. A partir de 1910, sin embargo, se produce un corte significativo a partir de la obra de Ricardo Rojas y la construcción de un origen mítico para una nación que reivindica, en oposición al cosmopolitismo decimonónico, la tradición hispánica española y los rasgos culturales autóctonos (propios de las culturas de los pueblos originarios y de los gauchos, exterminados por la acción del Estado nacional). Los debates sobre el idioma nacional culminan con el corte que hace Quesada en el escrito de 1922, La evolución del Idioma de los argentinos, donde da por terminada la discusión. Algunas rémoras aún aparecen en escritos mucho más cercanos a nosotros como las Aguafuertes de Arlt, en artículos de Borges y Clemente. En este segundo año de investigación, se fue cubriendo otro objetivo: el establecimiento de categorías de análisis. Luego de recopilado el material, se procedió a su discusión, ordenamiento y clasificación  siguiendo distintos criterios. Se llegó a la conclusión de que el abordaje cronológico que se había establecido para una primera lectura no aportaba elementos suficientes para la comprensión del debate.  Se buscaron entonces categorías de análisis que, en mayor o menor medida,  estuvieran presentes en todos los textos estudiados. Las categorías halladas se fueron ubicando en pares antitéticos que aludían a los caracteres de ese idioma: puro / impuro, autóctono / extranjero, cosmopolita / universal / particular, propio del pueblo como etnia / o  del pueblo como depositario de la razón, popular / culto,  como lengua hegemónica / lengua minorizada.    Estas categorías no son excluyentes, pero su manejo posibilitó ver las tensiones explícitas o implícitas que subtendían los textos y que daban cuenta de la batalla política y gramatical que se estaba organizando en torno a la elección de un idioma, su relación con los de las comunidades originarias, y con el español como idioma hegemónico en ciertos momentos históricos. Se discutió especialmente la conjunción romanticismo / positivismo que atravesó los debates de Alberdi, Echeverría, Sarmiento, Bello hasta Wilde y Quesada. La búsqueda de un origen asociado a la lengua está ya en la formación de los Estados Nacionales en Europa. Pero ese romanticismo hace anclaje en orígenes diversos: para unos ese origen no puede estar en la Madre Patria que obliga al sometimiento y el retroceso, y debe ser buscado en un futuro aún por desplegarse. Para otros, la corrección de la gramática es la única que puede garantizar a través de la pureza de la lengua, la racionalidad del proyecto político. Todo esto lleva a pensar las relaciones entre oralidad y escritura, entre la lengua del pueblo, la de los escritores y la del Estado. La lucha de los gramáticos y las Academias da cuenta también, en la polémica de las Cartas de un Porteño, de la dominación de una interpretación hegemónica de la gramática, esa vieja bruja que sobrevivió a Dios, según Nietzsche, sobre la mutabilidad propia del pueblo y de la geografía imperante sobre la historia. No se trata de una batalla solo por el idioma, se trata de ver cuál es la lengua que es más transparente con respecto al pensamiento, y por lo tanto más racional. A  partir de ese planteo, el pueblo que habla esa lengua será el que pueda proyectarse hacia el futuro. Muy sesgadamente entran en estas discusiones las lenguas de las comunidades originarias: queda claro que ninguna de ellas puede ser la propia del Estado. Abeille, sin embargo, rescata algunos de sus fonemas, en ciertas formas que  reflejan la geografía y con ella la modalidad de esas comunidades de habla casi extintas por entonces.

Una línea muy próspera para esta investigación sugeriría un corpus aún más acotado: el de la reformulación de las constituciones en los últimos diez años en América Latina y los debates generados a partir de esto. La gran mayoría se reconoce  hoy como Estados multiétnicos, plurilingües y multiculturales (incluso la declaración inaugural de Unasur explicita esta definición para los Estados firmantes). Es decir que se ha operado una redefinición que cuestiona el concepto de nación que acompañó la formación de los Estados en el siglo XIX (un Estado, una nación, una lengua reconocida como oficial). Tal como lo sugerimos en esta investigación la construcción de las naciones americanas excluyó a los pueblos originarios y sometió a sus lenguas al silenciamiento y la marginación a través de formas de violencia física y simbólica. La idea de la superioridad de las razas y las lenguas indoeuropeas subyacía a esta concepción.  Las nuevas constituciones dan cuenta, a través de proyectos más o menos inclusivos, de la existencia de otras lenguas originarias, de otras naciones, de otras culturas. Con ello, recogen un problema y un legado: el de la vieja relación entre lo Uno y lo múltiple, como decía Platón. El Estado único y la pluralidad de naciones. Y todavía ese concepto de nación conlleva en sí la idea de una lengua propia. Una investigación de esta índole iría al núcleo de estas glotopolíticas: las políticas lingüísticas son las formas en que los Estados dan cuenta en América Latina de las voces que tienen permitido hablar, y de las que deben callar. Aceptar el plurilingüismo es reconocer que hay pensamientos otros, diferencias a integrarse en un todo, el del Estado o el de la sociedad.

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